domingo, 11 de diciembre de 2011

NOCHE DE DICIEMBRE, RAFAEL POMBO

Noche como ésta, y contemplada a solas

no la puede sufrir mi corazón:

da un dolor de hermosura irresistible,

un miedo profundísimo de Dios.

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Ven a partir conmigo lo que siento,

esto que abrumador desborda en mí:

ven a hacerme finito lo infinito

y a encarnar el angélico festín.

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¡Mira ese cielo!... Es demasiado cielo

para el ojo insecto de un mortal;

refléjame en tus ojos un fragmento

que yo alcance a medir y a sondear.

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Un cielo que responda a mi delirio

sin hacerme sentir mi pequeñez;

un cielo mío, que me esté mirando,

y que tan sólo a mí mirando esté.

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Esas estrellas..., ¡ay, brillan tan lejos!

Con tu pupilas tráemelas aquí

donde yo pueda en mi avidez tocarlas

y aspirar su seráfico elixir.

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Hay un silencio en esta inmensa noche

que no es silencio; es un místico disfraz

de un concierto inmortal. Por escucharlo

mudo como la muerte el orbe está.

Déjame oírlo, enamorada mía,

a través de tu ardiente corazón;

sólo el amor transporta a nuestro mundo

las notas de la música de Dios.

**

Te abrazaré, como a la tierra el cielo,

en consorcio sagrado; oirás de mí

lo que oídos mortales nunca oyeron,

lo que habla el serafín al serafín,

y entonces esta angustia de hermosura,

este miedo de Dios que al hombre da

el sentirse tan cerca, tendrá un nombre,

y eterno entre los dos: ¡felicidad!.

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