cada enero ponía
mi calzado cabrero
en la ventana fría.
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Nunca tuve zapatos,
ni trajes ni palabras;
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
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Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza,
pasto fui del rocío.
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Por el cinco de enero,
para el seis yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
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Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.
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Por el cinco de enero
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salia.
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Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas,
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.
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Enviado por María.
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