domingo, 10 de julio de 2011

LOS CATAROS

Fue una secta cristiana, considerada herética por la Iglesia católica, que surgió en Occitania durante el siglo XI. Sus miembros eran extraños personajes que vestían hábitos negros con capuchas y pregonaban una nueva religión. Se extendieron con gran rapidez y llegaron a acumular inmensas riquezas, además de disfrutar de un importante poder temporal.
El crecimiento de la organización fue espectacular, por lo que la Iglesia católica decidió que había que eliminarla.
Las mentiras y las difamaciones de toda clase sobre las andanzas secretas de los cataros fueron el caldo de cultivo sobre el que se asentó su destrucción. Y sobre un mártir, el enviado papal Pierre de Castelnau, asesinado por un misterioso jinete que le atravesó el corazón con una lanza. Cuando un año después su cadáver fue exhumado por orden del Papa, este estaba intacto. El pontífice ya tenía " casus belli ", así que lanzó un llamamiento para la guerra santa.
Después de numerosas batallas, terribles persecuciones y un sinfín de ejecuciones por el método del fuego purificador, el último acto de dicha cruzada tuvo lugar en la comarca de Ariége, en el sur de Francia, en el impresionante castillo se Montségur. El enviado del rey de Francia , Hugues des Arcis, sitió el castillo, que no se rindió hasta un año más tarde. Lo extraño de este relato es que , dada la naturaleza del terreno y de las numerosas grutas sobre las que se asentaba la construcción, los últimos cataros podrían haber huido tranquilamente del asedio, pero no lo hicieron: prefirieron afrontar la suerte que les esperaba. Los herejes fueron sacados de Montségur por los soldados de Luis IX. Eran doscientos quince y, encadenados, fuero llevados hasta una gigantesca hoguera preparada con antelación.
Los hombres y las mujeres cataros caminaron tranquilamente hacia el fuego cogidos de la mano y cantando himnos. El lugar se conoce aún como el Campo de los Quemados. Sin embargo, cuatro hombres escaparon del castillo descolgándose con cuerdas por un precipicio situado en la pared oeste. Eran los perfectos Amiel Aicart, Hugo, Pictaün y un misterioso personaje cuyo nombre se desconoce. Llevaban consigo un tesoro, algo tan precioso y tan secreto que en modo alguno debía caer en manos de sus perseguidores.

Carlos Vázquez

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